Colaborador Invitado
8 Sep. 10
Manuel Arango A.
Periódico Reforma.
Hay un México que todos los días vemos y que no quisiéramos ver. Un México violentado por el narcotráfico y el crimen organizado. Un México cuyos representantes en el Congreso se preocupan prioritariamente por atender los intereses de sus partidos, ignorando las necesidades y reclamos ciudadanos. Un México dividido por partidos que utilizan fondos públicos para comprar votos, haciendo promesas de cambios que nunca se cumplen. Un México de poderes fácticos que custodian intereses de grupo e impiden cambios necesarios para el progreso y crecimiento del país. Un México donde la ilegalidad, la corrupción y la impunidad restan credibilidad a las instituciones que nos gobiernan y que a toda costa debemos defender, pues por imperfectas que sean, son la base de nuestra incipiente democracia. Un México violento y criminal profusamente difundido y resaltado por los medios en búsqueda de "ratings" pero que indirectamente incrementa el impacto del terror en beneficio de los grupos criminales. Un México de pobreza, golpeado por desastres naturales que destruyen viviendas precarias y provocan enormes tragedias y sufrimiento entre la población. Un México cuya economía no crece al ritmo necesario para dar empleo a millones de jóvenes frustrados ante la falta de oportunidad.
Ese México inseguro, violento, trágico, dividido, corrupto y cínico no es sin embargo el México al que pertenece la gran mayoría de los mexicanos. Esos millones que diariamente acuden a sus trabajos soportando bloqueos y marchas que con frecuencia paralizan las principales ciudades. No es el México que lucha por superarse y sacar adelante su familia, haciendo enormes sacrificios y esfuerzos para lograrlo. Ese México no es el México de padres y madres que por las mañanas llevan a sus hijos a las escuelas para que estudien y puedan alcanzar mejores oportunidades que las que ellos tuvieron. Ese México no es el México de millones de ciudadanos que, a pesar de amenazas y decepciones políticas, acuden a las urnas y con un espíritu democrático y pacífico participan con su voto para construir el país del futuro. No es tampoco el México de una creciente sociedad civil organizada que voluntariamente aporta recursos, tiempo y talento para ayudar a los más necesitados y combatir todo aquello que impide o retrasa la justicia, la equidad y la democracia plena. No es el México de auténticos emprendedores que arriesgando capital, forman grandes y pequeños negocios que crean empleo y brindan bienes y servicios necesarios para el desarrollo y crecimiento del país. No es el México de competentes profesionistas, académicos, campesinos, alumnos, amas de casa y servidores públicos que laboran con ahínco y respeto a las leyes. Tampoco es el México institucional custodiado con disciplina e imparcialidad por nuestras respetadas fuerzas armadas. Menos aún, es el México histórico de rica cultura y antiguos monumentos que atestiguan la grandeza de nuestro pasado.
Este es el México que no se refleja o destaca en los medios y en la política, pero que existe. El México que no vemos ni oímos porque su trabajo callado y comprometido no busca la luz pública ni alcanzar el poder, sino sólo mejorar sus condiciones y calidad de vida. Este es el México invisible que cultiva el campo, ocupa las aulas, los hospitales, los comercios, las fábricas, los hoteles, las universidades, las oficinas, los cuarteles, los hogares, las guarderías y todos aquellos espacios donde se forja día a día el México auténtico, trabajador, comprometido y generoso. Este es el México silencioso que no oímos y tampoco vemos porque no es noticia de impacto en los medios de comunicación. Sin embargo, este es el México profundo de fuertes raíces, de color, música, arte y tradiciones. El México soñador, joven, recio, optimista, pujante, creativo, alegre y emprendedor. Un México de variados climas rodeado de grandes mares, costas, islas y la más diversa naturaleza. El México que no se doblega ante la adversidad y con fortaleza sigue siempre adelante.
Este es el México que todos queremos vivir y que juntos con esfuerzo y compromiso estamos logrando, más allá de intereses mezquinos encumbrados en su lucha por el poder con visión de corto plazo. Podemos ser optimistas, ese México Invisible es el verdadero México, el México que crece y se desarrolla calladamente guiado por principios y valores, y el que va a perdurar por encima de todo.
Debemos continuar en la lucha productiva, formando buenos ciudadanos, cada uno haciendo su mejor esfuerzo y con responsabilidad ayudando a construir un mejor país para nuestros hijos y futuras generaciones. Un país en el que exista la justicia, la seguridad y la oportunidad para todos, sin pobreza y sufrimiento innecesario. Seamos exigentes con nuestra forma de vida, pero también con la de aquellos que gobiernan o intenten gobernar anteponiendo ambiciones personales o intereses de grupo.
Con esa verdad y confianza podemos con optimismo celebrar y volver a gritar, ¡VIVA MÉXICO!
8 Sep. 10
Manuel Arango A.
Periódico Reforma.
Hay un México que todos los días vemos y que no quisiéramos ver. Un México violentado por el narcotráfico y el crimen organizado. Un México cuyos representantes en el Congreso se preocupan prioritariamente por atender los intereses de sus partidos, ignorando las necesidades y reclamos ciudadanos. Un México dividido por partidos que utilizan fondos públicos para comprar votos, haciendo promesas de cambios que nunca se cumplen. Un México de poderes fácticos que custodian intereses de grupo e impiden cambios necesarios para el progreso y crecimiento del país. Un México donde la ilegalidad, la corrupción y la impunidad restan credibilidad a las instituciones que nos gobiernan y que a toda costa debemos defender, pues por imperfectas que sean, son la base de nuestra incipiente democracia. Un México violento y criminal profusamente difundido y resaltado por los medios en búsqueda de "ratings" pero que indirectamente incrementa el impacto del terror en beneficio de los grupos criminales. Un México de pobreza, golpeado por desastres naturales que destruyen viviendas precarias y provocan enormes tragedias y sufrimiento entre la población. Un México cuya economía no crece al ritmo necesario para dar empleo a millones de jóvenes frustrados ante la falta de oportunidad.
Ese México inseguro, violento, trágico, dividido, corrupto y cínico no es sin embargo el México al que pertenece la gran mayoría de los mexicanos. Esos millones que diariamente acuden a sus trabajos soportando bloqueos y marchas que con frecuencia paralizan las principales ciudades. No es el México que lucha por superarse y sacar adelante su familia, haciendo enormes sacrificios y esfuerzos para lograrlo. Ese México no es el México de padres y madres que por las mañanas llevan a sus hijos a las escuelas para que estudien y puedan alcanzar mejores oportunidades que las que ellos tuvieron. Ese México no es el México de millones de ciudadanos que, a pesar de amenazas y decepciones políticas, acuden a las urnas y con un espíritu democrático y pacífico participan con su voto para construir el país del futuro. No es tampoco el México de una creciente sociedad civil organizada que voluntariamente aporta recursos, tiempo y talento para ayudar a los más necesitados y combatir todo aquello que impide o retrasa la justicia, la equidad y la democracia plena. No es el México de auténticos emprendedores que arriesgando capital, forman grandes y pequeños negocios que crean empleo y brindan bienes y servicios necesarios para el desarrollo y crecimiento del país. No es el México de competentes profesionistas, académicos, campesinos, alumnos, amas de casa y servidores públicos que laboran con ahínco y respeto a las leyes. Tampoco es el México institucional custodiado con disciplina e imparcialidad por nuestras respetadas fuerzas armadas. Menos aún, es el México histórico de rica cultura y antiguos monumentos que atestiguan la grandeza de nuestro pasado.
Este es el México que no se refleja o destaca en los medios y en la política, pero que existe. El México que no vemos ni oímos porque su trabajo callado y comprometido no busca la luz pública ni alcanzar el poder, sino sólo mejorar sus condiciones y calidad de vida. Este es el México invisible que cultiva el campo, ocupa las aulas, los hospitales, los comercios, las fábricas, los hoteles, las universidades, las oficinas, los cuarteles, los hogares, las guarderías y todos aquellos espacios donde se forja día a día el México auténtico, trabajador, comprometido y generoso. Este es el México silencioso que no oímos y tampoco vemos porque no es noticia de impacto en los medios de comunicación. Sin embargo, este es el México profundo de fuertes raíces, de color, música, arte y tradiciones. El México soñador, joven, recio, optimista, pujante, creativo, alegre y emprendedor. Un México de variados climas rodeado de grandes mares, costas, islas y la más diversa naturaleza. El México que no se doblega ante la adversidad y con fortaleza sigue siempre adelante.
Este es el México que todos queremos vivir y que juntos con esfuerzo y compromiso estamos logrando, más allá de intereses mezquinos encumbrados en su lucha por el poder con visión de corto plazo. Podemos ser optimistas, ese México Invisible es el verdadero México, el México que crece y se desarrolla calladamente guiado por principios y valores, y el que va a perdurar por encima de todo.
Debemos continuar en la lucha productiva, formando buenos ciudadanos, cada uno haciendo su mejor esfuerzo y con responsabilidad ayudando a construir un mejor país para nuestros hijos y futuras generaciones. Un país en el que exista la justicia, la seguridad y la oportunidad para todos, sin pobreza y sufrimiento innecesario. Seamos exigentes con nuestra forma de vida, pero también con la de aquellos que gobiernan o intenten gobernar anteponiendo ambiciones personales o intereses de grupo.
Con esa verdad y confianza podemos con optimismo celebrar y volver a gritar, ¡VIVA MÉXICO!